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Al anochecer… la Aurora

Al anochecer… la Aurora



Si Sabina dijo que las amarguras no son amargas cuando las canta Chavela Vargas. En Sevilla podría nacer otro verso que dijera que los lunes con gusto se alargan cuando los decora Aurora Vargas. Darían ganas de estirarlos hasta justo ese momento en el que el sol está a punto de salir y el biruji de la mañana contrasta con la calidez dorada de la ciudad que se estira, que se despereza en un bostezo colectivo y sonoro. En la puerta del León del Alcázar, con la oscuridad ya cumplida, la cola le daba la vuelta a la Catedral. Afluencia de lío gordo. Las murallas almohades parecían querer transformarse en aquellas otras de La Macarena, en las que creció una niña que tuvo como sonajero el soniquete de una fragua . Todo era tenue, hasta que apareció ella vestida de rosa y aclaró el tiempo por tangos, con su voz de mil colores. La Giralda se puso de puntillas. No canta para acariciar el oído, lo hace para golpearte en el alma, que es de donde sale elmanantial puro de su arte. Por soleares Manuel Valencia mece el quejío de la gitana. Su guitarra palpita, pone las cosas en su sitio, acompasa la genialidad con genialidad. Más de los mismo por alegrías. Empieza a correr una brisita y se hace callar a un avión que sobrevuela el cielo. Miguel Salado crea armonía con sus dedos. Hay un momento en el que se juntan las dos guitarras y se crea una sinergia jerezana que hace que solo suene una. Antonio Reyes sale al escenario con la mirada perdida, con una timidez que se evapora cuando calla al silencio por seguiriyas. Sus lamentos deben seguir retumbando por el Patio de la Matanza. Qué manera de acentuar la penumbra, de meterte en los pasadizos de su garganta. Por seguiriyas también canta Aurora, que aparece con un segundo traje negro con lunares blancos. Un luto informal. «Si algún día yo te llamara y tú no vinieras, la muerte amarga, compañerito mío, yo la apeteciera» dice la de la piel de bronce mientras abre las manos y mira al cielo buscando a su Pansequito. Parece que hay una estrella que brilla más de la cuenta. Hay un momento en el que bailando se le engancha el mantón. Ella se da la vuelta y pausa todo un segundo, todo pende de un hilo de verdad, es el salto al vacío del disloque. Serena, se da la vuelta y se encara con Salado , al que le pone la mano en el hombro. Lo que ocurre después del desenredo, es un desquite que por más que escribiera no lo lograría plasmar. La gitana rompe el eco y comienza a moverse por el escenario hasta que pone a todo el mundo en pie. Luego, para qué más, aparece Pastora Galván y se pone a dar verónicas en el aire. La vida, si nos fijamos, si sabemos dónde hay que estar, es mágica, maravillosa. La sevillana se arrebata y desnuda al aire con las manos. Antonio Reyes se le une y le piropea con esa inseguridad de los que prefieren estar callados, de los que solo quieren disfrutar. Al chiclanero se le suman las palmas, las dos guitarras. Todo es un conjunto armonioso, imbatible. Y vuelve a aparecer ella con sus hechuras de matriarca, vestida esta vez de verde romero. Galván la busca y se para frente a ella para plantarle un beso. Aurora termina de desmelenarse junto a la bailaora y canta hasta llevar su cara al suelo. Se acuerda de la Giralda, su cuna, y de Curro. Es la apoteosis. Nadie sabe cuándo acaba lo inacabable. Se despide tres veces, y acaba cantando por Luis de la Pica. Es lo que tiene tener el nombre del momento más bonito del día . Es una declaración de intenciones. Si la aurora trae luz a las tinieblas, Vargas es un faro que alumbra el flamenco. Con ella empieza el día y se clausura la noche. Qué borrachera de arte, en un lunes de Bienal. Diría que mañana será otro día, y sería verdad. Pero mañana es hoy, y este hoy es eterno.



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Author : (abc)

Publish date : 2024-09-16 22:16:54

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