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Con los ojos cerrados

Con los ojos cerrados



Apurar también es un arte, rebañar los últimos compases de la Bienal , una obligación. En la Plaza de la Encarnación es viernes tarde por derecho. Están sus testigos de Jehová con el stand montado, sus niños en motillos de juguete, sus skaters pegándose porrazos, sus guiris sentados en las escaleritas de Las Setas. En la puerta del mercado se juega al fútbol. Al girar hacia la calle Laraña el sol dibuja el sudor en las frentes de las personas que llegan al Espacio Turina para vivir el ‘Encuentro’ entre las dos guitarras de Rycardo Moreno y Niño Josele . La gente agota los días- y los colores- de guayabera. Comparece Rycardo Moreno con chalequillo blanco sobre indumentaria negra. Lleva un sombrero del mismo color y una barba igual de perfiladas que sus uñas. Lo acompaña el cuarteto de cuerda, la guitarra de Víctor Franco y la percusión de Poti Trujillo. El lebrijano le pone caras a un instrumento del que salen acordes de personalidad, es como si estuviera cuadrando a un toro, mirando a una obra incompleta, viendo dónde va a colocar las ganas. Solo aparta la mirada de las cuerdas para dirigirse al chelo, a la caja, a la otra guitarra que susurra a su lado. Dirige, entonces, sonriendo. Asintiendo. Tras la introducción por seguiriyas cambia su arma. En el silencio afina con tranquilidad. Las alegrías que acomete van dirigidas a su tío Tomás Perrate. En los solos dibuja oasis con los dedos, playas de arena fina y agua cristalina. Parece que tiene una púa en su mano derecha, pero no, son sus dedos los que escarban en el vientre de la mujer hecha música. Cuando los aplausos cesan hay una voz infantil que exclama: «Ole, papi» . Todo el mundo ríe de ternura, él muere de amor. Parece que ese aliento le sirve de acicate para arrebuscarse en lo más profundo. Con sus cantiñas ‘Fruto Eterno’ dice acordarse de ‘Juan’ Sebastián Bach, porque en sus sueños trae a esos maestros de la música hacia el terreno de lo jondo. En ‘Nabrissa’, la canción andalusí que sale de las entrañas de este talento tan personal, los violines bailan alrededor del punteo, la percusión entra certera y acelera el pulso de la pieza. «Ole los gitanos, papá» vuelve a animar su sangre. Las Bulerías del Jazmín se las dedica a Celia Flores. Sus manos crean un callejoncito del agua espiritual en una madrugada cualquiera, con la mirada se entiende con Poti Trujillo que golpea en sintonía con la velocidad de las cuerdas. Termina con Gnossienne nº1. Sus rasgueos junto a los del chelo invitan a cerrar los ojos, evocan al suspense. El público lo premia con una sonada ovación. En la espera desmontan el tinglado anterior y preparan las tablas para el Niño Josele, que entra solo, acompañado de su guitarra, y se sienta en la de enea. Chaqueta sobre camiseta y pantalones negros. Lleva cascos en los oídos. «Está muy fuerte esto», le explica al respetable. Cuando cierra los ojos, la de madera es la piedra sobre la que se edifica el atardecer. Su mano izquierda sostiene al día, la derecha le hace cosquillas a la noche. La guitarra del almeriense es un suspiro de melancolía, piensen en el paseo marítimo que más les guste. Debe estar imaginándose el suyo porque no mira el instrumento en ningún momento. Lleva metido a fuego en sus manos el significado de lo bello. Él le traspasa a las cuerdas el secreto de lo insuperable. Ante tal maravilla a uno se le viene a la cabeza la anécdota de cuando a Chick Corea , pianista y teclista con más de 20 premios Grammys, se le ocurrió decir en una entrevista que Josele era el sucesor de Paco de Lucía. Cuando fueron a preguntarle al artista que qué le parecía, respondió tajante: «Que me ha arruinado la vida». Díganme si no hay que ser grande. Sigue con los párpados chapados a cal y canto, con la cabeza ladeada a la izquierda. «Qué miedo pasa uno siempre en Sevilla» . Eso es todo lo que dice, prefiere que hable la que tiene entre las manos. Y vaya sí lo hace. En las butacas se niega con la cabeza, se escapan oles rotundos. Toca para que el oído sea más importante que la vista, para que sea el sonido el que nos transporte y nos lleve hacia los terrenos en los que manda la perfección. Los presentes ya no están en el Espacio Turina, andan volando en la alfombra musical del genio. Y aparece José Heredia para sentarse al piano. El padre le brinda una sonrisa de cariño al hijo antes de dar paso a un abrazo entre cuerdas y teclas. Son dos gotas de agua creando un manantial de emociones. José se divierte sacándole notas de juventud y paciencia al teclado. Su progenitor, ahora con los ojos abiertos en dirección al techo, acaricia los trastes. Se le ve el orgullo en la expresión, el gozo de tener a la rama de su tronco ayudándole a terminar de acariciar Sevilla. Cruzan la mirada y se dicen que se quieren con la melodía. Al final es cuando se produce el encuentro entre la guitarra de Lebrija y la de Almería. Entre Rycardo Moreno y Niño Josele. Entre el blues y el flamenco. Los dos acuerdan homenajear al más grande. Suena el nombre de Paco como elixir sagrado en la boca de ambos. Dudan entre ‘Canción de amor’ o el Tico tico que propone Josele. La química es increíble, la fusión de las doce cuerdas se resume en las miradas de entendimiento entre virtuosos. El público los despide en pie. El bonustrack es ‘Entre dos aguas’. Con los primeros acordes ya todo el mundo estaba entregado.



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Author : (abc)

Publish date : 2024-10-04 19:21:36

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