Israel va ganando la guerra militar , pero no la batalla moral y eso puede suponer perder, como ya ha ocurrido en el pasado, la paz. A veintidós meses del ataque terrorista del 7 de octubre de 2023 y tras bombardeos, ofensivas múltiples y represalias regionales, la nación hebrea se alza como potencia hegemónica en Oriente Medio. Su superioridad tecnológica, su atrevido espionaje, su capacidad de disuasión nuclear y el respaldo de Estados Unidos –incluso bajo el imprevisible liderazgo de Donald Trump– han colocado a Tel Aviv en una posición de dominio no solo táctico, sino estructural en la zona. Sin embargo, se da la paradoja de que él puede lo más, no puede lo menos: Israel dice seguir en guerra porque no ha podido derrotar a Hamás y liberar al medio centenar de rehenes que retienen. Esto último es lo que hace que dicha hegemonía se cimente sobre las ruinas de una Gaza colapsada, una población famélica, y un orden internacional que asiste, cada vez más impaciente, a la destrucción del mínimo consenso humanitario. Más allá de los torpes intentos de la propaganda palestina por exagerar lo que ya no se puede exagerar, con la foto de un niño famélico con enfermedades preexistentes, la Franja de Gaza atraviesa una hambruna que no puede considerarse una mera consecuencia del conflicto: es un arma de guerra. De las casi 140 personas que murieron de hambre desde 2023, la mitad lo han sido este mes de junio y eso es indicio de algo. Las colas de alimentos se han convertido en zonas de muerte: decenas han sido tiroteados por soldados israelíes, confirmando que no se pueden encargar tareas humanitarias o policiales a tropas enviadas a la guerra. En este contexto, Europa comienza a reaccionar. Países como Francia, Reino Unido y Alemania, tradicionalmente reticentes al reconocimiento unilateral del Estado palestino, se han abierto a esta posibilidad. Ya no se trata solo de un gesto diplomático, sino de una manera de presionar a Israel para que cese las hostilidades. Netanyahu parece no inmutarse ante estas iniciativas y juega con el hecho de que a los palestinos no les falta reconocimiento diplomático sino alimentos y medicinas. Y eso lleva a la cuestión de fondo: ¿cómo se va a articular la solución de los dos estados con un Israel que está actuando al margen del derecho internacional e ignorando a la misma ONU que le dio su certificado de nacimiento como nación? Es cierto que la ONU ni siquiera es imprescindible para un arreglo. Hubo procesos de paz antes de que existiera la ONU y los seguirá habiendo. Tenemos vivo el ejemplo más reciente, cuyo éxito desató la locura de Hamás: los pactos de Abraham, auspiciados por Trump en su primer mandato. Pero si esta pregunta es difícil de contestar, aún lo es más el hecho de que cualquier nuevo Estado palestino que surja en estos momentos será una nación dividida en dos y siempre al borde de la guerra civil entre Fatah y Hamás. Israel, por ahora, domina. Ha demostrado que puede bombardear Irán sin consecuencias mayores, destruir redes enteras de Hizbolá y Hamás, y reorganizar la arquitectura regional a su favor. Pero su liderazgo no se parece al de Begin ni al de Rabin. Netanyahu no busca acuerdos , sino obediencia. No construye un nuevo orden, sino una fortaleza rodeada de ruinas. Y la gran pregunta que se cierne sobre esta hegemonía no es si es legítima o no –ya lo es, por la vía de los hechos–, sino si está dispuesta a traducirse en una paz duradera. Porque toda guerra, incluso la que se gana, debe responder a un para qué. La hegemonía sin horizonte no es estabilidad: es una guerra sin final. Y en ella, también Europa se juega su credibilidad.
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Author : (abc)
Publish date : 2025-08-03 19:01:00
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