La ofensiva ordenada por Benjamín Netanyahu para derrotar de manera definitiva a Hamás ha entrado en una fase peligrosa y contradictoria. El objetivo declarado de eliminar la red de túneles, recuperar el control total de Gaza y liberar a los rehenes se topa con una realidad insoportable: el elevado precio humano y moral que amenaza con minar cualquier legitimidad que quedara en esa estrategia. La operación militar no está dejando piedra sobre piedra, ni tregua alguna para la población civil. La devastación es ya tan profunda que difícilmente puede distinguirse el combate del castigo colectivo. El doble bombardeo sobre el hospital Nasser en Jan Yunis ha causado este lunes al menos 20 muertes, entre ellas periodistas, personal médico y rescatistas. El segundo ataque, dirigido precisamente al área donde acudían los primeros auxilios, agrava la impresión de un uso reiterado de la táctica de «doble impacto» para sumar víctimas y sembrar el terror. Este hecho se inscribe en un contexto en que el número de periodistas palestinos fallecidos en el conflicto supera ya las 190 víctimas. Varios medios independientes han denunciado que estas muertes podrían no ser accidentales, sino parte de una estrategia deliberada para silenciar la cobertura del conflicto. Hay que recordar que Israel se ha negado a permitir la presencia de informadores independientes en Gaza. La ONU y varios países europeos recordaron tras condenar los hechos que ni los hospitales ni los periodistas son objetivos militares por mucho que Israel diga que los terroristas se escudan en ellos. El Gobierno de Benjamín Netanyahu insiste en que estas condenas son muestras de antisemitismo que ayudan a los terroristas. Lo más paradójico de todo es que estos gravísimos episodios coinciden con un intento de negociación. Netanyahu ha aprobado una amplia operación militar para retomar Ciudad de Gaza –con 60.000 reservistas listos– y, al mismo tiempo, ha reactivado de forma implícita y explícita los canales de diálogo a través de Egipto y Qatar. Este doble camino, de bombardear mientras se conversa, expone una lógica bélica que se autoinvalida: no hay negociación seria mientras miles de civiles padecen cada día la guerra total. La ofensiva contra Gaza no es solo militar: también es estructural. Más del 90 por ciento de la infraestructura residencial está dañada, y el ataque intensificado sobre zonas civiles ha provocado una hambruna declarada, con varios centenares de muertos por inanición. Además, decenas de personas han sido abatidas mientras intentaban recibir alimentos. La atención sanitaria en Gaza está al borde del colapso. El hospital Nasser , único centro médico público activo en el sur, sigue recibiendo niños con desnutrición extrema, en un hospital ya asediado desde 2024, cuando fue objeto de incursiones, muertes en masa y condiciones inhumanas de atención. Todo ello plantea una pregunta ineludible: ¿cómo esperar un desenlace negociado cuando se destruye sistemáticamente la vida, la ciudad y los refugios de la población civil? Netanyahu insiste en que el objetivo es «la derrota definitiva» de Hamás. Pero Hamás no sólo es un grupo terrorista, también es una facción religiosa y, por lo tanto, una serie de ideas y emociones internalizadas por la población. O el exterminio de Hamás que exige Israel concluye con la expulsión de los palestinos de Gaza –cuestión que no parece realista pensar que la comunidad internacional aceptará sin rechistar– o es simplemente el inicio de un nuevo ciclo de odios que tarde o temprano volverá a exigir su cuota de sangre.
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Author : (abc)
Publish date : 2025-08-25 17:29:00
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