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Cómo evitar el efecto ‘popcorn brain’ y esa sensación de ‘no puedo con nada’



Internet y las redes sociales son espacios en el que los jóvenes pueden descubrir contenidos, nuevos intereses, socializar con su grupo de amigos…, pero lo cierto es que si no hay cierto control sobre el tiempo que se emplea con las pantallas es muy fácil pasar del «uso» al «abuso» y que, por esta causa, abandonen otras actividades que también deben desarrollar en su día a día, como son las tareas escolares o el deporte. De hecho, el estudio PASOS Longitudinal de la Gasol Foundation , asegura que los niños españoles pasan hoy más tiempo que nunca con la tecnología, de tal manera que el uso semanal de dispositivos electrónicos entre los menores supera ya las 11 horas . Más datos. El informe ‘El dilema digital: La infancia en una encrucijada’ elaborado por Qustodio , plataforma de seguridad online y bienestar digital, puntualiza que el tiempo de uso en redes sociales, como TikTok e Instagram, ha aumentado un 59% (65 min/día en 2020, frente a 103 min/día en 2024) y un 38% (63 min/día en 2020, frente a 87 min/día en 2024), respectivamente. Esta creciente exposición temprana y prolongada está favoreciendo la recepción de estímulos digitales cada vez más rápidos y atractivos, lo que provoca lo que los expertos llaman como ‘efecto popcorn brain’, un término introducido en 2011 por David Levy, investigador de la Universidad de Washington. Desde la plataforma Qustodio explican que el ‘popcorn brain’ hace referencia a un estado mental caracterizado por pensamientos dispersos, atención fragmentada y una tendencia de la mente a pasar rápidamente de un tema a otro, como una sucesión de palomitas explotando. Vídeos cortos, videojuegos con pantallas que cambian cada pocos segundos o notificaciones incesantes acostumbran a los más pequeños a un ritmo mental acelerado, creando la necesidad de recibir recompensas inminentes y continuas. «Las plataformas digitales están diseñadas para enganchar al usuario», señala Gloria R. Ben, psicóloga experta de Qustodio. «Cuanto más rápido, llamativo y personalizado es el contenido, más difícil resulta desconectar. El problema es que este hábito no se queda solo en las pantallas, sino que impacta en su capacidad para concentrarse , esperar e incluso, relacionarse con los demás». Así lo corrobora a ABC María José García Rubio , profesora del Máster Universitario en Neuropsicología Clínica y Co-directora de la Cátedra VIU-NED de Neurociencia global y cambio social de la Universidad Internacional de Valencia (VIU) , al añadir que el «popcorn brain» genera una mente que salta de estímulo en estímulo sin llegar a consolidar la atención en una sola tarea. En la vida diaria de los niños, esto se traduce en una dificultad para mantener conversaciones, seguir instrucciones, organizar sus rutinas e, incluso, disfrutar de actividades que requieren paciencia, como la lectura o el juego simbólico. No es solo un asunto académico : afecta su capacidad para autorregularse y conectar plenamente con lo que hacen en cada momento. «Más allá de las notas, lo preocupante es que se ve comprometido el desarrollo de sus habilidades socioemocionales. Si un niño no logra estar presente, en el ahora, le cuesta identificar sus propias emociones y las de los demás, lo que puede afectar a la empatía y la calidad de sus relaciones. Además, esta confusión mental puede generar frustración, ansiedad y sensación de ‘no poder con nada’ , lo que en edades tempranas impacta directamente en la autoestima incluso en su autoconcepto«. Explica que lo que nos salva es la neuroplasticidad . El cerebro es plástico y se puede entrenar . Por tanto, debemos fomentar estrategias como el «tiempo monotarea»; es decir, dedicar unos minutos al día a realizar una sola actividad sin interrupciones, combinada con la práctica de mindfulness o ejercicios de respiración ayudan a recuperar foco, incluso en los niños. También es clave estructurar rutinas, con espacios libres de pantallas, donde se dedique tiempo a la lectura, la actividad física y el contacto con la naturaleza. Asegura que este efecto « no es irreversible ni una causa perdida «. Vivimos en la era digital, pero los padres actuales crecieron sin dicho avance. Por tanto, pueden dar ejemplo a sus hijos de que se pueden realizar tareas sin el apoyo de la tecnología. También a través de los límites, las normas claras de uso y la propuesta de actividades atractivas que sean alternativas a la tecnología como juegos de mesa, deporte en familia o simplemente conversar sin pantallas en la mesa son poderosos reguladores. La clave no es demonizar la tecnología, sino enseñar a usarla de forma consciente«. Añade esta experta de la Universidad Internacional de Valencia que si este patrón no se corrige , corremos el riesgo de ser adultos con menor tolerancia a la frustración, tener dificultades para mantener proyectos a largo plazo y mayor vulnerabilidad a problemas con síntomas como la ansiedad crónica, el estrés laboral o incluso adicciones digitales. En cambio, si intervenimos a tiempo, los niños pueden aprender a convivir con la tecnología desarrollando un cerebro más flexible, capaz de concentrarse y desconectarse cuando lo necesitan. Ian Piper , director de Hastings School , reconoce que los niños de hoy necesitan adquirir competencias digitales. «Es decir, no podemos aislar a los más pequeños de la realidad digital que nos rodea. Pero, este aprendizaje debe ir acompañado de una sólida educación digital que fomente un uso controlado, equilibrado, responsable y saludable de la tecnología«. Desde su punto de vista, el papel de los centros educativos es doble. Por un lado, debe ofrecer a alumnos las competencias para que puedan desarrollarse con éxito en el ámbito digital, aplicado a su futuro académico y laboral y, por otro, debemos enseñarles a reconocer los riesgos asociados al uso de Internet y redes sociales. Para lograrlo, «es recomendable establecer limitaciones en cuanto a las tareas digitales que encomendamos a los alumnos, tanto dentro como fuera de clase. Los libros físicos, en papel, deben volver a tener un papel protagonista en el día a día de los niños, fomentando su lectura dentro y fuera de las aulas«. Sin embargo, apunta Ian Piper, la responsabilidad no debe recaer exclusivamente en los colegios. «Tal como recuerda CICAE (Asociación de Colegios Privados e Independientes de España), la mayor parte de los abusos de móviles y redes sociales se produce fuera del horario lectivo. De ahí la importancia de que las familias supervisen el contenido al que acceden los menores y lo que ellos mismos publican en la red, explicándoles que las imágenes y vídeos que comparten permanecen de forma indefinida en internet. Esta sobreexposición a las pantallas puede derivar en síntomas depresivos, según estudios recientes del National Institute for Health. Además, aumenta el riesgo de que los jóvenes entren en contacto con movimientos de radicalización, teorías conspirativas y que terminen teniendo acceso a contenidos inapropiados para su edad «. Para mitigar estos riesgos asegura que es imprescindible que las familias tengan también las herramientas necesarias para realizar el control desde casa. «La coordinación familia-escuela es fundamental . En nuestro caso, por ejemplo, hemos optado por ofrecer un programa de formación para familias sobre salud digital para así favorecer esa colaboración entre ambos ámbitos de la vida de los alumnos«. Por otro lado, recomienda a las familias retrasar la entrega de móviles hasta la edad legal mínima y que consideren establecer acuerdos entre padres para evitar la presión social entre compañeros. «Aunque el colegio no puede intervenir en lo que ocurre fuera del horario escolar, es muy importante que trabajemos mano a mano con las familias para proteger a nuestros jóvenes de los peligros derivados del entorno digital. Para ello, es fundamental que los centros escolares hagan todo lo posible por estar actualizado en cuanto a las innovaciones y puedan así, adaptar sus políticas a los desafíos tecnológicos y sociales que surjan». El reto, en su opinión, no consiste en eliminar la tecnología de la vida de los niños y adolescentes, sino enseñarles a utilizarla de manera consciente y responsable. «Solo mediante la colaboración entre familias, escuelas y administraciones se podrá garantizar un entorno digital seguro, que se convierta en herramienta de aprendizaje y crecimiento, y alejarlos de los riesgos que afectan a su bienestar emocional y social», concluye.



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Author : (abc)

Publish date : 2025-10-15 02:49:00

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