¿Qué más hay sobrecogedor que estar en un estadio con 80.000 personas a oscuras, mientras suena una música electrónica, entre tribal y espectral, de fondo? Que las únicas luces que se enciendan de repente enchufen hacia una figura dorada que cuelga del cielo oscuro de París. Y que la figura empiece a caer como un meteorito lento hasta tocar el suelo del escenario, que representa los continentes del mundo. Sobrecoge lo inexplicable, lo que no conocemos y nos pone en la frontera entre la imaginación y lo posible; como un deportista cuando bate su propio récord, y de paso el nuestro, al verlos nadar, saltar, romperse, perder, trepar, lanzarse al vacío, bailar. Y de eso iba la ceremonia de clausura de los Juegos de París , de límites sobrecogedores y del sentido esperanzador que imprime superarlos bajo los aros olímpicos como símbolo máximo de la unión de civilizaciones. La ceremonia estaba pensaba para que el mundo pudiera verse a sí mismo desde fuera, como cuando intentas mirar tu propia ciudad con los ojos de un extranjero para redescubrir el lugar del que procedes. En una oscuridad total, los espectadores que llenaban el estadio de Saint Denis parecían suspendidos en un universo plagado de estrellas, las de los móviles encendidos, pero también las coreografías luminiscentes, y de notas de piano , las de Alain Roche para rendir homenaje a los orígenes de los juegos. Porque no hay futuro sin memoria, ahí abajo, en la Tierra, sobre cada continente, había un aro, y en el hueco mediterráneo de Grecia, una medalla de oro gigante del tamaño de una nave espacial; mientras los aros iban bailando por el mapa, empezó también la proyección de imágenes en blanco y negro de los juegos modernos, y cuando los aros se encontraron en el aire como metáfora, como propósito, como destino al que espira el emblema olímpico cada cuatro años, llegó lo inesperado. Los atletas treparon a la Tierra . Como la noche iba de metáforas, cabía interpretar cualquier cosa ante esa tempestiva subida de la marea humana, pero cuando por megafonía la organización les pidió que se bajaran, cuando insistió una y otra vez en su mensaje, la ceremonia a punto de convertirse en otra cosa más peligrosa que una mala metáfora. Enseguida la banda Phoenix puso música al desenfreno; mientras los atletas desalojaban los continentes, lo hizo el parisino Kavinski, y para cuando los franceses Air pusieron su tecno delicado en escena, no quedaba ninguno. ¿Quedarían más sorpresas en el guion diseñado por Thomas Jolly , qué más tenía esa ceremonia titulada ‘Records’ que ofrecer? Unas horas antes de comenzar la ceremonia, cuando aún era de día en París, solo había dos cosas claras: que el fuego olímpico se iba después a Los Ángeles y que Tom Cruise iba a aparecer de alguna manera imposible, retórica, apabullante. Pero, ¿cómo se haría la icónica entrega de la bandera olímpica? La película empezó, cómo no, con Leon Marchand, el protagonista galo de los Juegos, asomándose por las pantallas con la antorcha del fuego olímpico desde Las Tullerías. En todo había un detalle que subrayaba ese morado estético y ético que ha coloreado estos Juegos, como que fuera una mujer quien dirigiera la orquesta que interpretó el himno francés y la música de la ceremonia, Zahia Ziouani, o que el maratón femenino cerrara por primera vez la cita olímpica con la entrega de medallas. Entre el acto protocolario, con su ritos y discursos ( Tony Estanguet , responsable de París 2024, y Thomas Bach, presidente del COI), y con Enmanuelle Macron en el palco, junto a la alcaldesa de París, Anne Hidalgo, todo tenía un poso como de película. Y así fue cuando llegó el momento de entregar a la alcaldesa de Los Ángeles, Karen Boss, la bandera olímpica. Y con Simone Biles como embajadora, con la música de H.E.R interpretando el himno norteamericano, quedó oficialmente clausurado el ciclo olímpico francés: terminó la función y empezó al película. Porque ahí estaba Tom Cruise, en lo alto del estadio, atado con cables y tres acordes de Misión Imposible, para lanzarse al vacío , a recoger de manos de la gimnasta la bandera y salir zumbando en moto. En el vídeo, la palabra Hollywood luce sobre las dos OO los tres aros. París se tiene a sí misma, pero los angelinos tienen a Tom Cruise. Empieza la película.
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Author : (abc)
Publish date : 2024-08-11 22:41:59
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