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Por qué el Mediterráneo es un «punto caliente» del cambio climático

Por qué el Mediterráneo es un «punto caliente» del cambio climático



Hace casi tres años que el panel de expertos en cambio climático de la ONU (conocido por las siglas IPCC) decidió dedicar, dentro de su sexto informe de evaluación, un capítulo específico al Mediterráneo . La cuenca del Mare Nostrum lo merecía después de que todos los modelos climáticos la señalaran como uno de los «puntos calientes» de este fenómeno, que, aunque global, no se produce de forma homogénea en todo el planeta. El calentamiento que experimenta es superior a la media del globo y eso tiene consecuencias en la expresión de su clima. Por resumir, lo radicaliza. Y no andaban descaminados en su decisión: desde aquel marzo de 2022 en el que se publicó el trabajo, unos meses después, las intensas y largas olas de calor de ese verano batieron un récord nunca visto en 700 años; al año siguiente, en 2023, un ciclón con características tropicales asoló Grecia, Bulgaria y dejó más de 2.000 muertos en Libia. Y ahora, pasados poco más de dos años, la costa este española es azotada por la peor gota fría que se recuerda en este siglo, dejando tras de sí un reguero de víctimas. ¿Qué está pasando? ¿Es esto lo que cabe esperar en un contexto de cambio climático? ¿Hay que acostumbrarse a estos fenómenos devastadores? Una tragedia como la que aún late en nuestro país siempre lleva inevitablemente unida la búsqueda de un porqué y el cambio climático no ha tardado en ser señalado por expertos y opinión pública. ¿Lo es realmente? Jofre Carnicer, investigador del Centro de Investigación en Ecología y Aplicaciones Forestales (CREAF) y profesor de Ecología en la Universidad de Barcelona, es uno de los redactores del citado informe del IPCC. Desde su punto de vista, que coincide con el de otros colegas ecólogos y meteorólogos, hay que ser cautos a la hora de relacionar directamente un fenómeno y otro –es decir, que esta dana ha sido provocada directamente por el cambio climático– hasta que se realicen los conocidos como estudios de atribución. Mientras estos llegan, el experto sí reconoce que la hipótesis de que haya efectos del cambio climático presentes en los fenómenos que estamos observando ahora es «muy plausible, muy razonable y, probablemente, se verá soportada» con los análisis que se harán posteriormente. Aún así, advierte de que estos eventos son multifactoriales y aconseja huir de los mensajes simplistas. Lo que sí es relevante en la intensidad de las tormentas es el incremento de la temperatura del agua de mar, uno de los efectos directos del calentamiento global. «El agua tiene una gran capacidad de absorción de energía. Sabemos que prácticamente alrededor del 93% del calor generado por el efecto invernadero es absorbido por mares y océanos. Por eso son un gran regulador del clima», explica Carnicer. Como consecuencia de esto, los océanos del planeta han incrementado 1,09 grados su temperatura media con respecto a la era preindustrial, esto es, antes de que comenzasen a emitirse gases de efecto invernadero a la atmósfera. Pero en el Mediterráneo ya ha superado los 2 grados: el doble. Daniel Agüello, científico climático en la Universidad de Baleares, especializado en el estudio de la respuesta de los fenómenos climáticos extremos y centrado actualmente en analizar las precipitaciones en el Mediterráeno, ve en esta circunstancia «uno de los ingredientes» necesarios para que se produzcan este tipo de devastadores episodios. No quiere decir que sea la única causa, pero el recalentamiento del mar sí es un elemento que alimenta la ferocidad de las precipitaciones. «Esto da más energía y más humedad a los sistemas atmosféricos. Si, además, aumentamos la temperatura del aire, la capacidad para almacenar humedad también es mayor», explica. A diferencia de la gota fría de estos días, el papel que tuvo la temperatura del Mediterráneo en el ciclón tropical, –’medicán’, como se le llama– acaecido en septiembre de 2023 en Grecia, Bulgaria y Libia sí ha podido ser estudiado por Agüello y su equipo. El trabajo está ahora mismo en revisión para ser publicado, pero adelanta que han podido demostrar que la elevada temperatura del mar tuvo «un papel fundamental, sobre todo, en la mitad del evento que afectó a Libia». Hay que recordar que en este país colapsaron dos presas tras el paso del medicán Daniel y fallecieron más de 2.000 personas. «Si la temperatura del mar no hubiera sido tan cálida, no se habrían alcanzado situaciones tan intensas», concluye. Defiende así que esta realidad del Mediterráneo lo convierte en «el combustible» que alimenta estos fenómenos, pero que se den con tanta virulencia no depende solo de este factor. De ahí que pida prudencia ante sucesos meteorológicos complejos como una dana. La posibilidad de que las lluvias sean más intensas en un futuro sí que es señalada expresamente por las proyecciones de los expertos de Naciones Unidas. Carnicer recuerda que, si bien no se analizaron expresamente fenómenos como las danas, «sí se hizo un análisis del riesgo de pluviosidad extrema». En este sentido, el resultado fue «muy relevante» porque los modelos climáticos de predicción señalaban la aparición de un nuevo riesgo importante de precipitaciones extremas inducido por el cambio climático en la mitad norte del Mediterráneo. «Estos mapas de pluviosidad nos afectan directamente porque señalan zonas de Francia, España, Italia y las distintas islas de estas costas», puntualiza el autor del informe. Resulta llamativo que las lluvias torrenciales convivan con otras amenazas que son las que realmente han llamado la atención de la situación de la cuenca mediterránea, como lo es la sequía y la aridez progresiva de la zona, junto con las olas de calor y su efecto sobre la salud de la población. Es la Europa de los extremos a futuro con un incremento de las temperaturas de más de dos grados de la que tanto hablan los expertos en cambio climático. Tanto Agüello como Carnicer destacan estas realidades como las más preocupantes para esta región en los próximos años. Estos escenarios propios del cambio climático se ven más exacerbados en el Mediterráneo, pero también en otras regiones como, por ejemplo, el Ártico o en la cima de las cordilleras. Esto es, cuando se habla de que la temperatura global ha subido ya algo más de un grado con respecto a la era preindustrial se trata siempre de medias. Pero en las zonas señaladas el fenómeno se acelera. Se da una especie de «compartimentación», como lo denomina José Luis Pelegrí Llopart, investigador del Instituto de Ciencias del Mar del CSIC, especializado en el estudio de la circulación oceánica y cómo ésta influye en el clima global. Esta concentración de la temperatura en distintas regiones, especialmente la ártica y la subtropical –donde se ubica el Mediterráneo– parece que es la forma que tiene la Tierra de «gestionar» el exceso de radiación que la atmósfera devuelve a la tierra, en vez de liberarla hacia fuera, por culpa del efecto invernadero. «Estamos recibiendo 2,5 watios por metro cuadrado más –242,5 más en total– de lo que se recibía en la era preindustrial», explica Pelegrí. Esto implica un calentamiento y además una expansión que desplaza la famosa corriente en chorro, cuyas ondulaciones naturales están llegando más al sur. «Los vientos de la región subtropical se acercan al norte y al contrario. Es decir que hay una zona de convergencia donde se da un intercambio. Todas las perturbaciones atmosféricas de la corriente en chorro se están acercando y el Mediterráneo tiene la peculiaridad de ser una fuente energética muy potente», prosigue. Esta potencia, como decían sus colegas, se debe al citado incremento acelerado de su temperatura. ¿Pero por qué sucede esto? «Se debe a que un cuerpo de agua poco ventilado, que solo recibe aporte a través del Estrecho, con lo que el intercambio es moderado. Cada segundo entra un millón de metros cúbicos de agua y el aporte no compensa la evaporación. Así, se dan las circunstancias para que el agua de la superficie tenga tiempo de calentarse más», explica Pelegrí. Esto, además de convertirlo en la gasolina de las tormentas y tener efectos nocivos para la biodiversidad, hace que se expanda e incremente su nivel a un ritmo superior al de la media. «El nivel global sube tres milímetros por año y el Mediterráneo sube bastante más», añade el investigador como factor que señala a esta región como zona cero del cambio climático. Para este científico, episodios como el que ahora se llora en España son «llamadas de atención» de un sistema terriblemente complejo que está sometido a numerosos estresores. Sobre el futuro, el autor del IPCC, Carnicer, reconoce que viviremos «un incremento de eventos extremos como olas de calor, sequías y lluvia extrema en el norte del Mediterráneo». Ahora bien, concluye a modo de recordatorio que está bien documentado que reducir las emisiones de gases de efecto invernadero redunda en una menor cantidad e intensidad de los fenómenos climáticos extremos. La capacidad para adaptarnos y evitarlos es lo que los científicos reclaman desde hace años a los gobiernos. De cualquier modo, no hay que perder de vistga que el Mediterráneo no está considerado un punto crítico en un contexto de cambio climático solo por las demostraciones extremas del clima; otras circunstancias hacen a esta zona del planeta especialmente vulnerable. Entre ellas destaca la urbanización de las costas. La Agencia Europea del Medioambiente (EMA, por sus siglas en inglés) maneja el concepto ‘sellado de los suelos’ como uno de los factores que contribuyen a que, en caso de lluvias torrenciales en zonas altas, el agua baje con violencia, arrasando todo lo que encuentra en su camino hacia el mar, como se ha visto en las impresionantes imágenes de Valencia. El apelmazamiento de la tierra en algunos tipos de cultivos, pero sobre todo la urbanización y el asfaltado, hacen que la Tierra pierda su capacidad natural de absorción del agua de lluvia. Gonzalo Delacámara, director del Centre for Water and Climate Adaptation en el IE y conferenciante de Thinking Heads , destaca en este sentido la alta tasa de suelo sellado que tienen las ciudades costeras españolas. El país, en su conjunto, se encuentra un poco por debajo de la media de las ciudades centroeuropeas con más densidad de población, como Alemania o Dinamarca. «Pero si se miran los datos con detalle por regiones, hay zonas cuyo porcentaje de suelo sellado está al nivel de estas grandes urbes europeas», advierte. Es el caso de la Comunidad Valenciana, con entre un 8 y un 10% de suelo ya impermeabilizado por el cemento y el asfalto. A 500 más cerca de la costa, el porcentaje crece al 25%. «Es más, por ejemplo, hay zonas de la costa de Málaga con prácticamente el 100% del suelo sellado». En contra de esta realidad, la conservación de la capacidad natural de absorción del suelo garantizará unas tasas de infiltración más altas. «Tenemos que ser capaces de renaturalizar nuestro entorno, de restaurar determinados ecosistemas costeros, de garantizar la recarga natural de los acuíferos, de diseñar nuestras ciudades de tal manera que incorporen todos estos nuevos elementos de incertidumbre que trae el cambio climático», enumera Delacámara, quien reconoce que es una labor costosa, pero pide reflexionar sobre cuál sería el coste de la inacción y, tal y como se ha visto con la última gota fría, si estamos dispuestos a asumirlo. En la batería de medidas de adaptación que propone, señala por ejemplo la de la red de alcantarillado. «Se renueva un 0,4%. Llevamos medio siglo con la misma red y en algunos lugares está en un estado lamentable», añade Delacámara. Las consecuencias son «desastrosas» para la economía, máxime cuando España va camino de ser coronada como el principal destino turístico del mundo. «El cambio de cultura respecto a las emergencias climáticas tiene que llegar», concluye.



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Author : (abc)

Publish date : 2024-11-03 00:15:24

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