Enfadarse no siempre es golpear una mesa, ser hostiles y gritar. Enfadarse a veces también es estar en el más absoluto silencio. O llorar. También implica en muchas ocasiones respirar más profundamente. La ira o el enfado es una emoción caracterizada por un intenso sentimiento de disgusto. Va desde la frustración hasta la más intensa rabia, y al igual que ocurre con cualquier emoción, incluye una respuesta fisiológica, como el aumento del ritmo cardíaco); pensamientos intrusivos, ya que a veces culpamos a los demás o queremos venganza , y un comportamiento predecible, como el deseo de atacar verbal o físicamente. Pero aunque esto último suele ser lo más común, lo cierto es que la mayoría de las personas no lo hacen. ¿Lo reprimen? ¿Prefieren no exteriorizar su malestar? Hablamos con la coach Sonia Díaz Rois, autora de ‘Y si me enfado, ¿qué?’, sobre la importancia de exteriorizar el enfado pero a su vez no perder energía por tonterías. – Qué mala fama tiene el enfado, ¿no? El enfado tiene muy mala fama, sí. Muchos de nosotros aprendimos a reprimirlo desde pequeños, a verlo como algo negativo, como si sentirlo significara que somos exagerados o personas complicadas. Lo hemos demonizado tanto que, hoy en día, enfadarse puede hacer que te perciban como alguien tóxico, inmaduro o egocéntrico. – ¿Siempre tiene una connotación negativa? Muchas personas sienten culpa por enfadarse, otras explotan sin saber cómo evitarlo, y muchas simplemente no tienen ni idea de cómo expresarlo. Me di cuenta de que había una necesidad real de entender esta emoción desde otro lugar: no como algo que hay que eliminar, sino como una herramienta que, bien gestionada, puede ayudarnos a vivir mejor. Solemos prestar atención al miedo, a la tristeza y nos interesamos por esa persona que vemos que sufre, que lo pasa mal y que puede necesitar nuestra ayuda. Pero con el enfado no pasa lo mismo. Cuando vemos a alguien enfadado, normalmente desaprobamos ese comportamiento, nos damos media vuelta y no le hacemos caso. Y lo cierto es que el enfado también se sufre, y mucho, además de que puede estar escondiendo otras emociones a las que sí prestaríamos atención. – ¿Qué es realmente enfadarse? El enfado es como una alarma interna que te dice: «Oye, algo no va bien». Su función es impulsarnos a tomar acción. A veces con razón y otras no tanto, porque nos hemos montado una película con guion propio en la cabeza. Hay enfados que son absolutamente necesarios y que nos ayudan a poner límites y decir «hasta aquí», otros sirven para expresar nuestro punto de vista, negociar y llegar a acuerdos. Y luego están esos enfados que nacen más de nuestras expectativas que de la realidad, y es ahí cuando toca hacerse un buen autochequeo antes de estallar. En el fondo, enfadarse es una forma de defender lo que valoramos y consideramos importante, ya sea algo real o una expectativa que hemos creado. Si lo observamos desde un punto de vista biológico, el enfado es una reacción natural del cuerpo y la mente ante algo que percibimos como una amenaza. Activa nuestro sistema nervioso simpático y nos prepara para defendernos. Pero no todo es química y biología: el enfado también tiene una gran carga social y emocional. La forma en que lo expresamos está influenciada por nuestras experiencias, creencias, valores y lo que hemos aprendido a lo largo de la vida. – ¿Qué le ha llevado a escribir un libro sobre el enfado? Cuando Sole, mi editora, me propuso escribir un libro sobre el tema, vi la oportunidad perfecta para poner en palabras todo esto contando de forma clara, amena y con un toque de humor. Así nació el libro, como una guía que nos inspire a cambiar nuestra relación con esta emoción, entenderla y empezar a usarla a nuestro favor. – ¿Cuándo aprendemos a enfadarnos? ¿Es en la infancia? Como el resto de emociones, el enfado no se aprende, lo traemos de serie. Lo que sí aprendemos es a qué hacer con él. Desde pequeños incorporamos en nuestro USB personal lo que vemos: cómo se expresan las emociones, qué se considera adecuado y qué no, qué reacciones generan aprobación y cuáles rechazo. Si un niño ve que cada vez que se enfada le castigan o le ignoran, aprenderá que no debe expresar esa emoción y, con el tiempo, la reprimirá o la manifestará de forma indirecta. Si, por el contrario, crece en un entorno donde el enfado se valida y se le enseña a gestionarlo, tendrá más herramientas para expresarlo de manera adecuada en su vida adulta. La cuestión es que nadie nos da un manual de instrucciones para gestionar el enfado, así que muchos llegamos a la vida adulta sin tener ni idea de qué hacer con él. – Entendemos esta emoción como algo negativo, pero ¿es siempre mala? Para nada. El enfado no es ni bueno ni malo, es una emoción más. Su función es avisarnos de que algo no nos gusta, que alguien ha cruzado un límite o que estamos sobrecargados. El problema no es sentir enfado, sino qué hacemos con él. – ¿Cómo habría que gestionarlo para que no nos haga daño? Para gestionarlo bien y que realmente nos ayude es clave prestar atención a los pensamientos que lo acompañan. Nuestra manera de actuar ante el enfado depende de la información que hemos ido acumulando, nuestra experiencia y lo que aprendimos en el pasado sobre cómo resolver situaciones similares. Mi primera recomendación sería identificar una escala en la que podamos observar claramente en qué punto nos encontramos. En primer lugar podemos situar el enfado, que nos permite sentir la emoción y gestionarla teniendo en cuenta lo que queremos conseguir realmente y sus consecuencias. A continuación, situamos el cabreo, que es el punto de no retorno ya que es aquí cuando empezamos a perder los papeles, la claridad mental y la capacidad para razonar debidamente. En último lugar estará la ira, que será la carga emocional del enfado y que nos nubla tanto que nos aleja de la capacidad de gestionar y resolver. – ¿Y si lo reprimimos? Si lo reprimimos, puede salir de forma poco saludable o incluso quedarse atascado. En cambio, si aprendemos a escucharlo, podemos entender si es una necesidad interna que debemos resolver por nuestra cuenta o si es algo que necesitamos expresar y gestionar con alguien más. Cuando lo gestionamos adecuadamente, el enfado se convierte en una herramienta de autoconocimiento que nos ayuda a poner límites, expresar nuestras necesidades y actuar de una manera más consciente y beneficiosa, tanto para nosotros como para los demás. – Hay cosas que nos duelen y a veces nos obligamos a pensar ‘no te enfades por esto’… ¿dónde está esa línea entre algo que merece enfado y algo que no? Cuando algo nos duele, muchas veces nos repetimos: «No te enfades por esto», como si el enfado fuera opcional. Pero la cuestión es que el enfado no necesita permiso para existir. Si lo sentimos, es por algo. Lo importante no es preguntarnos si «merece» o no estar ahí, sino entender por qué está ahí y qué queremos hacer con él. A veces nos enfadamos porque han cruzado un límite o porque hay una injusticia real. Otras veces, el enfado surge de una interpretación, de expectativas que no se han cumplido o incluso de cuestiones relacionadas con el pasado que se activan sin que nos demos cuenta. En lugar de negarlo, podemos preguntarnos: «¿Este enfado está señalando algo real o es una reacción automática?». – Mucha gente dice: «Es que me enfado por tonterías»… Si miramos más de cerca esas ‘tonterías’, puede que encontremos algo más profundo de lo que imaginábamos. No se trata de reprimir el enfado, sino de descifrar qué nos está diciendo y decidir qué hacemos con esa información. La verdadera pregunta no es si algo merece o no enfado, sino si ese enfado nos está ayudando a resolver algo o simplemente lo está empeorando. Y ahí podemos preguntarnos: «¿Realmente quiero invertir mi energía en esto?» Y si la respuesta es sí, la siguiente pregunta sería: «¿Qué necesito para solucionarlo?» Porque enfadarse sin más ya sabemos que es fácil, pero usar el enfado a nuestro favor es donde está la clave. – En cambio, hay gente que parece no enfadarse nunca… ¿a qué se debe? En muchos casos, no es que no se enfaden, sino que han aprendido a reprimirlo. Hay personas que han crecido en entornos donde el enfado no estaba permitido, donde se premiaba el silencio o la complacencia. También hay quienes han aprendido a desconectarse tanto de su enfado que ni lo reconocen hasta que se manifiesta de otras formas: ansiedad, agotamiento, molestias físicas. No enfadarse nunca no es sinónimo de equilibrio emocional, sino más bien una señal de que algo se está reprimiendo. Y ya sabemos que lo que se barre bajo la alfombra, tarde o temprano, acaba saliendo. Por otro lado, también existen personas que parecen no enfadarse porque han aprendido a gestionar el enfado de una forma tan efectiva que ni siquiera parece enfado. No es que no lo sientan, es que lo expresan sin gritos, sin explosiones, sin dramas innecesarios. Y ese, en realidad, es el objetivo. Porque el enfado no necesita ser negado, sino escuchado y comprendido. Aprender a hablar su idioma -es decir, desarrollar una buena comunicación asertiva- nos permite expresar lo que sentimos sin perdernos en el caos emocional. – Digamos, por tanto, que la clave de todo es aceptar el enfado e identificarlo El enfado es necesario. Así podemos empezar por darnos cuenta de que estamos enfadados. Suena obvio, pero a veces lo negamos, tiramos balones fuera y culpamos a los demás hasta que nos cazamos discutiendo con la cafetera, con el primero que pasa o, directamente, con el universo entero. Así que lo primero es escucharlo sin juzgarlo. Una vez detectado, darle espacio sin reaccionar en automático. Respirar, contar hasta diez, salir a dar una vuelta… cualquier cosa que nos saque del modo Hulk antes de abrir la boca. El objetivo es evitar una reacción inmediata. Aquí entran en juego técnicas como la respiración consciente, el movimiento físico o simplemente cambiar el foco de atención durante unos minutos para salir de ese estado. – Y cuando lo tenemos identificado, ¿qué hacemos? Hay que hacer lo posible por entender qué nos está queriendo decir. Algunas preguntas útiles son: «¿Qué parte de mí se siente amenazada?», «¿Qué es eso tan importante para mí que parece estar en juego?», «¿Qué es lo que necesito realmente?». A partir de ahí, decidir si es necesario compartirlo con alguien más. Si es así, expresarlo de forma clara y sin dramatizar. «¿Cómo puedo expresar esto sin atacar ni reprimirlo?» En lugar de un «¡Siempre igual, nunca me escuchas!» y caer en la generalización, podemos probar con un «Cuando pasa esto, me siento así, y me gustaría que…» y centrarnos en algo concreto. Básicamente, es decir lo mismo pero sin parecer un volcán en erupción. De este modo estaremos evitando que la otra persona se sienta amenazada y no quiera escucharnos. – Después de todo, no es tan malo estar enfadados… Lo importante es darnos cuenta de que estamos enfadados y comprender nuestras propias necesidades antes de compartirlas con los demás. Porque si no tenemos claro de qué nos estamos defendiendo y por qué nos sentimos amenazados, rara vez seremos capaces de expresarnos con claridad. Y es ahí cuando la comunicación se enreda. Además, cuando gestionamos bien el enfado, evitamos sobrecargas emocionales y no terminamos gritando en busca de atención desesperada. Así, podemos expresar nuestras necesidades y preferencias, respetándonos y respetando a los demás.
Source link : https://www.abc.es/bienestar/psicologia-sexo/psicologia/enfadarse-nunca-sinonimo-equilibrio-emocional-senal-reprimiendo-20250219161712-nt.html
Author : (abc)
Publish date : 2025-02-19 03:38:00
Copyright for syndicated content belongs to the linked Source.