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Ni ética ni estética… ni vergüenza



Dice el dicho clásico aquello de que no hay ética sin estética . Hay quien jugó cambiando el orden de los palabros aunque, en cualquier caso, a estas alturas no es cuestión de ponerse epatante sobre quién dijo qué y cómo o la autoría de tal o cual frase. Pues, dicho en román paladino y en lenguaje popular, ¡más razón que un santo tiene quien lo dijera! Y aunque lo estético puede muchas veces camuflar aviesas intenciones, uno, que es de la generación a la que se le contaban cuentos, recuerda aquél de los Hermanos Grimm del lobo y las siete cabritillas, y sabe que mucho traje de Ermenegildo Zegna oculta a sinvergüenzas de tomo y lomo por muy maqueados que aparezcan. ¡Para fiarse de las apariencias estamos! De hecho, los comerciantes suelen tener mucho cuidado y echan bien el ojo ante aquellos supuestos compradores de aparente postín que, más bien, son amantes del lujo y de lo bueno, ¡pero a coste cero! Y así, el hurto, el robo, la rapacería, en política deviene en desfalco, malversación y en llevárselo crudo. A costa de todos nosotros, claro, paganinis de impuestos que se van, no precisamente en salud y educación. Educación que, en cualquier caso, viniera bien andar ligada a la instrucción en cuanto conocimientos y preparación, y en formas y maneras de comportarse en cada situación. Porque, insisto, lo ético tiene un punto donde necesita de lo estético. No para aparentar, ojo. Sino por respeto a la institución o a lo que representa. Cierto que es que uno, como Espía Mayor , soy más antiguo que un neceser de viaje y vestir bien en un tren. Pero hay algo que me dice que, si uno ya ha aprendido que el lobo vestido de Armani te puede devorar bien devorado, aquellos que se comportan como gañán en feria tras varios azumbres de calimocho y zurracapote, tienen menos perdón que penal fallado en final de Mundial, y son más peligrosos. Máxime cuando la chabacanería viene como postura espuria para demostrar no sé qué formas de hacer política, queriendo aparentar cercanía a base de un populismo en la que, sorprendentemente, acaba siendo reconocida como lo más de lo más de buenrollismo. Cuando llegaron los jóvenes y jóvenas podemitas al Congreso de los Diputados, irrumpieron cual estudiantes asamblearios con sus mochilas y trenkas (o lo que sean que usen de cubretodo) al escaño, poniendo las parkas abrazando el mismo como si aún estuvieran en la Facultad. Lejos de las imprecaciones del otrora presidente de las Cortes, José Bono , hoy rentista hipermillonario y padre de una tiktóker de guantá con mano abierta, al ministro socialista Sebastián, por subir a la tribuna de oradores ¡sin corbata! Lejos, decía, de aquel momento, hemos pasado a diputados desharrapados que no podrían entrar a cenar más que tascas garibaldescas de mala muerte; a ir vestidas (?) como si se estuviera en una playa naturista en vez de en la sede de la soberanía nacional; o ya lo penúltimo (por que habrá más), diputadas con las patas por alto sobre las mesas de los escaños como si se estuviera en casa viendo Netflix. Que, total, seguro que medio hemiciclo está haciéndolo en sus carísimos iPad que les pagamos todos, o moneando con sus últimos modelos de smartphones, también a coste del ciudadano, con el que guasapear o mirar algún chollo de Wallapop. Que para escuchar al contrario no se va al hemiciclo de la carrera de San Jerónimo. Total ¡pa qué! Ahí se va a cobrar, a aplaudir y reírse de lo ingenioso que ha estado el líder del grupo propio, y abuchear y hacer burla del contrario. Y entre col y col, y si has pillado cacho, darte a las mordidas, bien dinerarias, bien con las mantenidas colipoterras, ambas cosas más que complementarias. ¿O no? Ya no hay estética, no, ¡pero de sinvergüenzas vamos sobrados!



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Author : (abc)

Publish date : 2025-07-02 11:24:00

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