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De cocinar con su abuela en Valencia a convertirse en chef privado de futbolistas



A Lucas Rivera ( Valencia , 1997) la cocina le entró desde bien pequeño por casa y por la tele. Vivía pared con pared con su abuela, una señora de León, y Cocó, la chica que le cuidaba cuando sus padres estaban trabajando, que «guisaba superbien». Entre ambas le abrieron la puerta del fogón cuando apenas tenía cinco años, mientras recuerda mirar embobado a José Andrés y Arguiñano en la televisión. Y aunque —además de saber defender los palos de una portería de fútbol sala— siempre tuvo claro que quería ser cocinero, en su familia le pidieron que tuviera la base de una carrera «convencional» para poder lanzarse a su vocación. Cumplidor, Lucas estudió Derecho y luego fue a buscar lo que de verdad le quemaba en las manos. Su aterrizaje profesional fue poco a poco: unas primeras prácticas en el restaurante donostiarra Abakando, vuelta a Valencia para foguearse en dos locales de la calle Císcar y un último aprendizaje clave en La Principal : «allí entendí lo que era un restaurante de producto y de servicios grandes». Un último impulso antes de entrar, en septiembre de 2022, en el Basque Culinary Center para cursar el máster en cocina técnica y producto con compañeras como Verónica o María Lo de MasterChef 10 : «Tanto instalaciones, como materia prima y profesores eran impresionantes». Aquello supondría el final de una formación que remató nada menos que con un ‘stage’ internacional en el « tercer mejor restaurante del mundo », Quintonil, en Polanco (México). Ya como profesional, entró de segundo en Oganyo, en la calle Bélgica de Valencia, y cuando el jefe de cocina se marchó, asumió el mando junto a Enrico, un ítalo-venezolano con el que hizo «un tándem muy, muy guay». Rivera habla de esos meses con gratitud: ritmo, servicio, producto y «esa presión que te acompaña siempre y que, en el fondo, es la gasolina que te mueve como chef ». Si bien, en un mediodía cualquiera de agosto de 2024 llegaría la escena que le cambiaría la vida: siesta en la playa, charla con una amiga y una pregunta directa: «¿Qué te apetecería hacer de verdad?» A lo que respondió sin dudar: «Con lo friki que soy del fútbol y de la cocina, juntar las dos cosas sería maravilloso» . Tres días después, en un chiringuito, sonó el teléfono: un portero de fútbol —novio de esa amiga— le hacía saber que un representante buscaba chef para un jugador en Valencia. Empezaba la aventura. Desde entonces, Rivera es el cocinero privado del mediocentro del Villarreal Pape Gueye y ha trabajado también para el delantero Thierno Barry con un empleado de su equipo. Preguntado por su cambio de registro profesional, Lucas comenta que no le quitó las ganas de exigirse: « A mí no me gusta perder ni a las canicas , siempre quiero que salga todo al 100%». Cambió la presión de ochenta comensales por la precisión de una persona y su entorno. El periplo, cuenta, empezó con una propuesta amplia —«20 primeros, 20 segundos y 20 postres»— y sigue con una escucha fina: prueba-error, repetir lo que enamora y afinar lo que no encaja. Si el futbolista es franco-senegalés, como Gueye, toca estudiar: « me compré dos libros de cocina senegalesa para acercarle a sus raíces y que, si viene su familia o amigos, se sientan como en casa». La cercanía es la clave: «saber qué le gusta, qué no, sus manías y sus horarios». A esa sensibilidad suma un respeto escrupuloso por las creencias . Como el jugador ‘groguet’ es musulmán, Lucas no vio mayor dificultad que acudir a sus tres carnicerías halal de confianza y saber que no trabajará, en este caso, con cerdo o animales que vuelan. Para el Ramadán , por su parte, admite que la organización cambia, pero no mucho: «tengo un calendario, las horas de salida y puesta de sol, y me apaño para prepararle la cena y un plato proteico y con fibra para su primera ingesta de las 5 de la madrugada: fruta, verdura, una coca integral con quesos o lácteos» para que el jugador pueda entrenar sin contratiempos. «La clave de todo es que la persona te lo ponga fácil», dice. La cocina, en su caso, baila al ritmo del cuerpo técnico. «Hoy los jugadores, que viven por y para un deporte donde cada vez prima más el aspecto físico, ya tienen nutricionista propio además del del club, con quien por cierto la relación es muy cercana: él marca necesidades y yo me digo ‘Invente, Juan Román, ¡invente!’ y compongo el plato, que es donde veo la magia». Un tipo de lógica que le lleva a convertir una barbacoa en una opción sana: cordero o pollo a la brasa y ensalada. Como el mismo apunta, citando a Cesc Fàbregas y Dani Olmo , «más vale gastarte el dinero en chefs privados, fisios u osteópatas que en cualquier otro capricho». Hoy, con su proyecto ‘ Lucas Rivera Chef ‘, nuestro cocinero quiere expandirse y crecer con más futbolistas para empezar a contratar compañeros que compartan método y trato. «La idea es coordinar los menús diarios y que el chef que vaya a la casa esté cualificado». La liturgia no cambia: compra del día, cocinar en casa del jugador, servir en mesa y recoger. «Que no se note que haya ido alguien, sólo que todo funciona perfecto». Por eso, cuando mira atrás —los sueños de fútbol, la abuela y Cocó, San Sebastián, el Basque Culinary, Oganyo—, Lucas no ve una línea recta sino una serie de ingredientes con los que ha ido cocinando el gran plato de su vida. Y, cuando mira adelante, imagina una red de chefs que cocinen con la misma pasión y cercanía con la que él se sienta a escuchar a un futbolista. En su ecuación, el talento se mide en calma, método y ganas: «para disfrutar, para rendir y para sentirse en casa».



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Author : (abc)

Publish date : 2025-08-23 05:00:00

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