Aurora es una gran lectora. Ya jubilada, disfruta de sentarse en la salita de su piso frente a un libro para luego comentarlo con sus compañeros de los clubes de lectura a los que asiste semanalmente. Pero durante tres meses al año, desde hace un lustro, esa tranquila rutina es torpedeada por las luces, el bullicio y el ruido. Su balcón está a solo unos pocos metros de la gran noria, epicentro de la Navidad de Abel Caballero: «Estamos acorralados en nuestra propia ciudad». Es una de tantas realidades de los vecinos de la zona. Cada uno con sus particularidades, pero todos víctimas de unos excesos —lumínicos, de decibelios, de aglomeraciones, de suciedad— que el Ayuntamiento solo se ha preocupado por corregir en parte. Seguramente ha contribuido la presión de la asociación de vecinos y vecinas de Vigo centro, que lleva años batallando, también en los tribunales, para que la Navidad no sea sinónimo de insomnio. En la noria ya no se ‘pincha’ música como hace unos años y un letrero escrito en castellano y portugués —los visitantes del país vecino son legión— pide que «no griten en la noria» y «respeten el descanso de los vecinos». La velocidad a la que gira la atracción también se ha reducido para convertirla en un viaje circular más contemplativo que adrenalínico. Pero la estimulación y la exaltación que no depara la velocidad siguen presentes en el bullicio de las aglomeraciones, que elevan los decibelios en las últimas horas del día —la noria abre hasta las doce y media de la madrugada—. Además, por la noche, «aunque cierren las atracciones, la gente se queda por aquí, es un botellón», relata Alba Novoa, portavoz de una asociación que reúne ya a unos 300 afectados y a la que, según explican a ABC, ni el alcalde, Abel Caballero, ni ninguno de los concejales con competencia en este asunto han querido recibir. «Nos llaman ‘señoritos del centro’ a los que vivimos aquí, pero no es una cuestión ni de izquierdas ni de derechas. El ruido, la suciedad, el daño medioambiental no entienden de ideologías», valora la portavoz de la asociación en una conversación con este diario. Sobre el ruido, lo ya dicho. El Ayuntamiento, cercado por la presión de estos vecinos y también por alguna resolución judicial, ha tomado algunas medidas, pero insuficientes. El ruido sigue superando lo razonable. «Hemos mejorado, pero los valores siguen siendo altos. Ahora, por ejemplo, estábamos en 70 decibelios ahí fuera, cuando lo máximo tendrían que ser 55», explica la portavoz de la asociación. No eran, además, ni las cinco de la tarde. Las horas de más alboroto estaban todavía por llegar. «Esta es una zona acústicamente saturada». Al atardecer, la zona empieza a llenarse de grupos de excursiones. Bajan del bus con el guía marcando el camino con un paraguas. Muchos proceden de Portugal, donde las luces viguesas tienen gran predicación –y promoción–. En cuanto a la suciedad, huelga decirlo, en estos tiempos es casi consecuencia inevitable de las aglomeraciones. «Hay excursionistas que se meten en nuestros portales cuando llueve, comen en nuestros portales, y alguno hasta orina», lamentan vecinos de la calle Colón —la que desemboca directamente en la noria—. Para más inri, a partir de la una de la madrugada suenan las sirenas de las máquinas de limpieza del Ayuntamiento. Algunos vecinos dibujan un panorama desolador, sombras bajo las luces, los caireles y los fastos: «Aparecen las gaviotas y las ratas, no es normal que tengamos que convivir con toda esta porquería». Ruido y suciedad, pero también afectación medioambiental. En primer lugar, lo obvio: una ciudad colapsada por el tráfico. Miles de coches con los motores de combustión emitiendo gases en las entradas y salidas de la ciudad. Pero hay otra afectación, de la que se hablaba menos, pero que la asociación de vecinos siempre que puede intenta reivindicar: los destrozos en la alameda de la plaza de Compostela, los jardines con más solera de la ciudad olívica, asfixiados por los tenderetes. Durante estos tres meses, junto a la gran noria toman la alameda decenas de casetas, donde se venden regalos, artículos navideños y, sobre todo, comida y bebida. Ahora son 72 casetas, pero otros años llegaron a superar el centenar. Lo organiza, además, una asociación de feriantes de Madrid, por lo que el retorno a la ciudad, creen los vecinos, es bastante limitado. «Metes luces, cortas ramas, dañas árboles centenarios, miles de personas pisando ese suelo… Todo eso para la alameda es insostenible», dicen estos vecinos. Uno de los grandes beneficiados de las Navidades de Abel Caballero son sin duda los hoteles, que suelen colgar el cartel de completo en estas fechas. En la hostelería, en cambio, está lejos de haber unanimidad, hay diversidad de opiniones. Posiblemente la mayoría ve positivo el aluvión de visitantes, pero hay también quien lo ve un exceso: son los que ya llenan sus locales con su clientela habitual. «Muchos de los que suelen venir siempre, en estas fechas ya prefieren no bajar», explica un hostelero a este diario. Por no hablar de negocios de la zona que no están relacionados con la hostelería. Ellos, y sus trabajadores, encuentran más inconvenientes que ventajas en las Navidades de Caballero. En definitiva, todavía gustan a los visitantes, pero cansan cada vez más a los vigueses. Y ya no solo a los del centro. Quienes se llevan la peor parte, en todo caso, son los vecinos, como Aurora, de la ‘zona cero’. Confían en que el cansancio que empiezan a percibir y, según ellos, una menor afluencia, comiencen a deshinchar los excesos de las Navidades viguesas, que, alargadas más allá de lo razonable, se convierten en una estación más del año. De forma paralela luchan también en los tribunales. Mientras velan armas para recurrir a la vía penal, han ganado ya alguna batalla en el terreno contencioso-administrativo. Lo ha hecho, por ejemplo, una vecina de la céntrica calle Arenal. Un juzgado condenó al Concello a indemnizarla y a tomar medidas para garantizar que no se superen los niveles de ruido, algo que, a todas luces, no se ha conseguido. «Los que vivimos en estas calles estamos secuestrados, acorralados», insiste Aurora. En el peor de los casos, temen el momento en el que alguien de la zona necesite una ambulancia y se quede atrapada. Aurora, en todo caso, no podrá leer tranquila en su salita hasta bien entrado el mes de enero.
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Author : (abc)
Publish date : 2025-12-09 09:06:00
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