Hay días de verano erráticos, impredecibles, que deberían ser eternos. En el naranja de su atardecer está la mejor postal turística jamas diseñada; tan pura y real. El cielo es mandarina y la cola en el Wizink para ver a Ricky Martin da la vuelta a la farola. Apuro la vista, por si acaso mañana acaba todo, y entro raudo. Dentro está a rebosar; hay muchas ganas de ver al puertorriqueño. Tras unos minutos de retraso, arranca con «Pégate» y «María» , dos canciones, o hits, para las caderas. Son reflejo del estilo, una mezcla de (casi) todo lo que nace del árbol genealógico de la «clave», ese patrón rítmico que parece corazón al trote. Es música, y esto no es racismo, para músicos hábiles -no la toca cualquiera- y la banda, a pesar de encontrarse con un Wizink peor de lo habitual en lo sonoro, cumple en todo. La primera balada, «Vuelve», muestra a un Ricky Martin muy sólido y emocionante: el romántico. Tras muchos conciertos creo que los grandes artistas sólo tienen dos canciones: la rápida y la lenta. En Ricky Martin, puertorriqueño internacional, son la de «fiesta» y la «romántica». Volviendo a la «fiesta», sigue «Shake your Bon-Bon», primera anglo del show. Esta suena más cerca del funky y uno pensaría que contradice lo recién escrito, por eso de que un afroamericano y la Motown quedan lejos del Caribe, pero nada de eso. El patrón rítmico, tan universal como la libertad o el sexo, se encuentra por doquier. Los «latinos» lo han explotado más que nadie y es la base de su música, aunque no lo inventaron: esa medalla corresponde al Creador, que lo talló en el ADN. La primera gran canción de la noche, «Lola Lola», me impresiona. Compleja y llena de matices, es gran testamento de la riqueza musical que guardan nuestros hermanos de Centro y Sudamérica. Se hace fácil, cantable y popular, pero sobre el papel es un ochomil; razono que hay muchos caminos para llegar al alma. La segunda balada, «Disparo al corazón», con Ricky Martín de blanco angelical sobre una plataforma circular, es otro éxito. Sigue «Tal Vez», aún mejor canción, en lo que es la sección lenta del espectáculo. A mi alrededor veo mucho cromosoma XX; un público entregado desde hace rato al que le sobran las sillas. Con «Te extraño, te olvido, te amo», otro gran tiempo lento, arranca el tercio final y Ricky Martin sonríe. Suenan muy bien «Tu recuerdo», merecido éxito atemporal, «La Mordidita», gran canción de fiesta, y «Vente pa’ ca», bailonga. El concierto es algo corto, de hora y media escasa, y XX queda con ganas de más… muchísimo más. Desafortunadamente hoy no toca y el Wizink acaba saltando, bailando y babeando ante un orgulloso boricua de sensibilidad internacional. El final, previsible y divertido, llega con «Livin’ la vida loca» , asociada en mi generación al gato de Shrek, y «La copa de la vida», tribal y festiva. A la salida, una brisa cuasi marina recuerda un naranja ya oculto; el cerebro me engaña y huele a mar. Pienso, ya para cerrar, en Nietzsche, que sabía más que todos: «la vida sin música sería un error.» Y asiento en silencio mientras remonto la rampa del parking.
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Author : (abc)
Publish date : 2024-07-17 23:40:29
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