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‘Disfrutamos de los placeres celestiales’

'Disfrutamos de los placeres celestiales'



Hace diez años Giacomo Sagripanti dejó sin cenizas la Cenicienta de Rossini , de lo limpias y escamondadas que quedaron las texturas, de lo controlado que tuvo el oleaje orquestal para que se oyese no sólo a la protagonista, sino a las hermanastras también, dando muestras de valía orquestal no sólo desde el foso, sino con la ROSS en la temporada de abono. Diez años y no se nos puede olvidar el trabajo fabuloso que hizo con la orquesta. Vuelve y nos deja el mismo sabor de boca, cuando además la formación hispalense anda buscando director , y este responde a lo que cualquier ROSSiniano pudiera pedir: todavía es joven, ahora tiene más experiencia, no tiene una orquesta que guiar, seguro que quiere crecer con ella y sus resultados siguen siendo asombrosos. Y parece que -de momento- le cae muy bien a los músicos. Ahí lo dejamos. Bueno, maticemos que la ‘ Sinfonia da Requiem ‘ de Benjamin Britten no creemos que terminara de sintonizar completamente con director y atriles. La leyeron con la profesionalidad que les sobra, pero no sentimos mucha implicación. Podrá decirse que la obra no deja de ser una pieza dedicada a los difuntos, pero no hace falta recordar que el Requiem constituye un género en sí mismo, y no se nos olvida lo que Currentzis consiguió la temporada pasada con el de Mozart , que fue levantar a los muertos. Es verdad, son estilos diferentes; pero en el del inglés se filtraban recursos que encumbraron a Stravinski , por ejemplo, y a pesar de sus ritmos feroces, no conseguíamos entrar en el baile. Britten quiso jugar con la economía de medios, levantando su armazón con ladrillitos celulares o motívicos que se repetían en las distintas secciones de la orquesta, empezando las violas y contrabajos, suponemos que buscando atmósferas umbrías para contextualizar el sentimiento de muerte y guerra, su aspecto más reflexivo, a base de repetir esos motivos celulares que podríamos pensar que miraban hacia lo que nos recordaba constructivamente hablando al ‘ tramado barroco ‘ (recordemos que una de sus obras más conocidas es la ‘ Guía de Orquesta para Jóvenes ‘ que se estructura a partir de un tema de Purcell . Al final del primer movimiento añadía un carácter pesante a dichas repeticiones. Curiosamente el segundo movimiento, ‘ Dies irae ‘, comienza con los violines a ritmo de galop, diríamos, y aunque han cambiado los motivos, pero no la manera de edificar; no es un movimiento triste, y estuvieron espléndidas las flautas con acompañamiento de arpa y pizzicati de las cuerdas. El ‘ Requiem Aeternam ‘, último movimiento, resultaba como de una resignación asumida, de dibujos suaves, de trazos delicados… y un final con la orquesta al completo pero de dinámicas moderadas y sostenidas. Tras el descanso esa sensación que tantas veces tenemos de que la orquesta y el director son otros , y no ya en la intensidad de la interpretación, sino en el mismo sonido de conjunto. Mahler desde luego focaliza la(s) melodía(s) por secciones, las mismas que parecían haberse quitado el velo mate de la obra anterior, el del duelo, y dejaban brillar debajo un sol de mediodía. En el primer movimiento también hay mucha repetición, pero el borboteo incesante terminaba animando los pentagramas, además de que casi todos los músicos -al menos los solistas- tuvieron su oportunidad de lucimiento. Encontramos los violines esta vez muy afinados, especialmente casi al final, en una parte extraordinariamente aguda. Alexa Farré al frente de nuevo de su sección, en el segundo movimiento asumió además los solos de dos violines, puesto que uno estaba afinado un tono más alto (‘scordatura’) y de ahí la duplicidad. Procuró además que parecieran distintos en el sonido. También la trompa tuvo desde aquí intervenciones solistas destacadas. Y en el tercer movimiento los chelos entonaron un tema nuevo de enorme lirismo, sólo apoyados en principio por los ‘pizzicati’ de los contrabajos, sumándoseles poco a poco las violas y finalmente los violines. Estaba claro que esta era la sinfonía que querían tocar y se han tenido que desvivir para que sonase así de hermosa (por cierto, se sigue grabando cada concierto, así que quedará para poder oírlo). Gran trabajo del oboe con arpa y clarinete. También la trompeta solista, con ese mordiente que estremece. En el último movimiento aparecía la soprano Lucía Martín-Cantón , con voz clara, bastante natural, inteligible y siempre elegante, que Sagripanti protegió de la enorme orquesta, dando por término de esta manera tan exquisita el programa, como para ‘disfrutar de los placeres celestiales’, como reza el primer verso del texto.



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Author : (abc)

Publish date : 2024-10-10 22:50:19

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