Desde la presentación de la actual temporada, Daniil Trifonov se convirtió en uno de sus principales atractivos: era la gran oportunidad de escuchar en vivo a este pianista que nos llegaba con una carrera de despegue vertical, todavía joven, aunque con la madurez que le otorga haber ganado con 20 años el Concurso Internacional Chaikovski de Moscú, entre otros importantes galardones, y el aprendizaje hasta aquí. Nos traía un programa que abría con un joven Chaikovski y lo cerraba con el mismo compositor ruso. En el centro del mismo encontrábamos a Chopin -uno de sus compositores más habituales en sus repertorios- y Barber . Pero también podíamos ver el recital como construido en dos partes, cada una de ellas iniciándose con dos obras poco o nada conocidas -dos sonatas de Chaikovski y Barber-, a las que seguían dos colecciones conocidísimas: una selección de valses de Chopin y una suite de ‘La bella durmiente’ de Chaikovski. Pero aún podemos encontrar otra estructura, aunque esta vez ateniéndonos a nuestras impresiones: la primera parte frente a la segunda. ¿Con qué criterio? Con el del estilo de Trifonov, que impone -seguramente sin saberlo- a cuanto toca. Sobre un virtuosismo técnico colosal, la ‘Sonata para piano’ en Do sostenido menor, Op. post. 80 de Chaikovski , nos daba la clave. La obra es de juventud, compuesta cuando todavía estudiaba en el Conservatorio, pero y que se terminó publicando una vez fallecido por el compositor por su alumno y amigo Tanéyev . La cosa es que notamos que los temas que componen el tiempo inicial se iban hilando como en grandes arcadas, y que lo que era en otros pianista demasiado vehemente, aquí se suavizaba. Y cuanto más nos fijábamos más nos parecía advertir como una bruma que rodeaba los sonidos: era un meticuloso pedal que se esparcía sobre todo lo que tocaba el joven ruso. Sin embargo, advertimos que el pianista había desarrollado una habilidad para cortar el sonido del pedal antes de que invadiese el compás siguiente. Esto permitía que en este primer movimiento, por ejemplo, el contundente tema principal se hermanase con el más lírico del segundo, tanto en el trabajado desarrollo como en la variable reexposición, sin perder sus identidades. No digamos en el ‘Andante’ , donde la dulzura del tema incitaba a crear esa atmósfera envolvente. Con cierta frecuencia casi dejaba de oírse la mano izquierda, sacrificada a la límpida melodía. El problema es que esa neblina de armónicos permanentemente flotando en derredor de la melodía enturbiaba la audición, como un ruido de fondo. Para colmo, no se detenía ni en los silencios. A ver: en la música encontramos unas pausas que llamamos cadencias, donde unos sonidos tensionados ‘caen’ sobre otros que producen sensación de reposo (tónica). Y a continuación solemos encontrar un silencio. Pero si el sonido no cesa en ningún momento, la sensación de ‘caída’ no se produce del todo, porque nuestro oído no descansa. No digamos en los valses de Chopin , que no se detenía ni entre uno y otro. Su lectura nos pareció muy ligera, no sabemos si porque le parecían muy fáciles, frívolos o bien quería mostrarnos su velocidad en los más famosos, como el del ‘Minuto’ (Op. 64, No.1) y el Op. Póstumo en Mi menor, con una velocidad como no se ha visto, tan grande como su frivolidad. En la segunda parte seguía con el mismo estilo, pero las obras eran otras muy distintas: a la ‘Sonata para piano’ en Mi bemol menor, Op. 26 de Samuel Barber su diseño constructivo le venía de perlas, porque ambas manos estaban en igualdad de condiciones y además se necesitaba un pianista tan enérgico como delicado. Y aquí sí apareció el mago del sonido, ya en su ‘Allegro energico’ , donde el tema se forjaba con percusivas figuraciones rítmicas mientras el segundo adoptaba secciones más líricas. Muy interesante en general, y en concreto para el pianista, el Scherzo en el que se mezclan distintos ritmos, melodías y juega con la bitonalidad. Trifonov pasó por el ‘ Adagio mesto’ entre ambientes lóbregos (Nathan Broder definió el movimiento como el más trágico de todos los escritos por el autor). Y acaso el más interesante, al menos para nosotros, fue la passacaglia que Barber compuso seguramente después de adquirir los cuarenta y siete volúmenes de la Bach-Gesellschaft , es decir, todo Bach sin apenas injerencias de editores. Ahora sí tenía sentido la velocidad, porque sobre una pulsación firme, penetrante, intensa, Trifonov lograba jugar con el tema principal como un gato con un ovillo. Verdaderamente magistral. Terminaba, como decíamos, con Chaikovski y la Suite del ballet de ‘La bella durmiente’ (en arreglo para piano de Pletnev) , aunque sinceramente el mayor interés de esta pieza era comprobar que el estilo Trifonov también le sentaba bien a estas danzas chaikovskianas, para las que el pianista aquí sí paró entre una y otra, y eso que eran once.
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Author : (abc)
Publish date : 2025-02-13 00:57:00
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