Muy bonita fue la novillada que llevó Aurelio Hernando. Todos jaboneros, algún albahío, todos del color del ruedo venteño. Y debían sentirse tan mimetizados que decidían fundirse en uno, cayéndose los seis en varias ocasiones. Las fuerzas no les acompañaron, y no humillaron ni por asomo. Salían a la plaza, se lucían en sus preciosas hechuras, miraban a tablas, manseaban, y morían. Así, uno tras otro… Abrió la tarde un fino novillo mientras los abanicos se movían enloquecidos por los tendidos. Había que meter a Escribo casi debajo del peto para que fuera al caballo, porque si no, miraba distraído