Cuando mi mujer y yo todavía discutíamos sobre grandes asuntos me reprochó que el problema de nuestro matrimonio era que el gran amor de mi vida no era ella sino nuestra hija; y en lugar de callarme, que es lo único que puedes hacer si alguien herido a quien quieres ha dejado descubierta la herida, le respondí que el problema lo tenía ella porque su gran amor no era Maria sino sus padres. Me sentí mal al decirlo, primero porque es cierto, y la verdad, decirla, me ha planteado siempre muchos más problemas éticos que mentir; y luego porque pareció