Guillermo (prefiere mantenerse en el anonimato, así que el nombre es ficticio) se levanta cada lunes a las tres de la madrugada. Mete el pasaporte en el bolsillo y en una mochila, su ropa de trabajo, el portátil, un neceser y, a veces, algo de comer. Medio dormido, llama a un Uber que le lleva de su casa en Madrid al aeropuerto de Barajas. Alrededor de las seis embarca en el primer vuelo a Londres y una vez en Gatwick o Stansted coge el tren al centro de la ciudad, un trayecto que puede durar hasta hora y media. Allí,