Se abrazaban los manifestantes propalestinos entre vítores y aplausos. Incluso alguno se permitía llorar, como si hubieran esquivado a la muerte o derrocado a una dictadura. Acababa de anunciar la organización de la Vuelta a España que su última etapa, esa que pretendía coronar a Jonas Vingegaard como gran campeón en el centro de Madrid , había sido cancelada a 56 kilómetros de la meta. Una victoria impensable, pues los participantes de la marcha habían cambiado el curso de la historia, se habían impuesto a una de las carreras más importantes del mundo y a un despliegue policial sin parangón.