Si por el canto se conoce al pájaro y por el whatsapp al de la Moncloa, al torero se le conoce por los andares y por esa ambición que nace de la uña y la carne. Sólo en el quinto apareció, con un Aarón Palacio que cortó una cariñosa oreja por su entrega y su prometedor concepto, sin olvidar a sus paisanos, que empujaban desde el tendido con gritos de «¡torero, torero!». Si a las nueve y cuarto alguien paseaba por los aledaños de Las Ventas, se le haría la boca agua al escuchar aquellos «bieeenn» con acento maño. Fue