Más que viuda de algún marido veo yo a Carolina de Mónaco viuda de sí misma, porque la edad no perdona ni siquiera a mujeres como ella, que fue el esplendor con bronceado de Saint Tropez. Quiero decir que en la baraja de la belleza fue Carolina un naipe principalísimo, y ahora es una señora donde se cruza la elegancia y el esqueleto. Va camino de los setenta, pero hay que cantarla. Si miramos los cromos de juventud de Carolina de Mónaco nos sale una hermosura soleada e insuperable. Un cruce de chic y morbo, un sirena de elegancia, más