A Cervantes le pasa un poco como a Unamuno, Borges y alguno más: se tiende a tomar demasiado en serio, cuando en realidad era un genio del humor y la ironía, «el regocijo de las musas» (como se denomina en el ' Persiles' , 1617). Quizá el caso más trágico sea la autodeclaración sobre su capacidad poética en el 'Viaje del Parnaso' (1614), cuando en un famoso terceto dice: «Yo, que siempre trabajo y me desvelo / por parecer que tengo de poeta / la gracia que no quiso darme el cielo» (I, vv. 25-27). Como si Cervantes fuera tonto,