Fumata negra en la Maestranza. Un hilillo de humo renegrido, como los pitones de Espiguita, asomaba sobre las banderas del Vaticano del toreo. Todo parecía dispuesto para lo contrario cuando en el ocaso de la tarde se escapó por el sumidero de la espada una Puerta del Príncipe que se había ganado a golpe de autoridad. Suya fue la tarde, intratable sobre los demás y dictatorial sobre la categoría de Victoriano del Río. Una hora antes había hecho arder a la Maestranza en la antesala de ese prudente silencio que inauguró su postrera faena. La plaza se había teñido de