Nada hay más literario que soñar. Y si la imaginación se acabara desbocando por lecturas o acumulación de libros, no deja de convertirse el sueño en una novela con algo quijotesco. Porque vivimos a tientas entre una realidad esquiva y aquello que deseamos ver, o provocar. Nada hay más humano que soñar. Pero hay un límite. Si a esa ecuación onírica le añadiésemos un poco de ansia de poder o la versión más antigua del selfi, que no es otra que imaginarse en mármol, o como hito singular de una historia, la cosa se va de las manos muy deprisa,