Hay exposiciones que provocan una reflexión introspectiva. Esas son las mejores, el arte como espejo, como pausa, como oportunidad para levantar el pie de este acelerador desquiciado y pensar en lo que realmente importa, pero, además, hacerlo desde el punto de vista de gente más brillante, es decir, desde un nivel que nos resulta ajeno. Porque al arte se va en andrajos, desnudo, como un niño de Dickens comiéndose las migajas que se les caen a otros. Al arte no se puede ir en un plano de igualdad y mucho menos desde uno de superioridad: al arte se va con