Todo madrileño lleva una lágrima. Las temperaturas cálidas , para hacer doble a la pena, repicaban en los termómetros. Eso se ha sufrido en Madrid, donde, por las calles, los niños iban disfrazados pero silentes. Quizá porque está ciudad se volcó con una festividad que no es la suya. Está, así, Madrid, como en aquella canción de Aute, en aquel baile de muertos que es hoy nuestro costurón más valenciano. Y a la mañana no hay pólvora aunque sea tocando a muerto, pero sí barro y horror en la Valencia más querida, más vivida. Nadie nos había preparado para esto,